TEXTO NARRATIVO
Jack Colebre alzó la vista hacia el cielo
que se cernía sobre él. Oscuro y frío. Oyó varios rugidos, que provenían de los
alrededores del bosque y no quería ni imaginar a qué tipo de bestias
pertenecían.
Decidió acercarse, atravesando la tupida
masa de árboles, deslumbrado por un sol abrasador, que gobernaba desde el
horizonte. Fue cruzando con cautela la frondosa masa verde, evitando ser
descubierto para no convertirse en una de las víctimas de aquellas bestias. Los
primeros árboles eran altos y muy verdes, pero a medida que se adentraba fueron
pasando a ser roñosos y con multitud de ramificaciones que se asemejaban a
pequeñas tuberías.
Jack, siguió andando por un sendero que
encontró y que le hacía más cómodo el camino para escapar de las supuestas
bestias que lanzaban enormes rugidos y que, poco a poco, fueron convirtiéndolo
en un ser inmutable, casi inerte y muerto de miedo. Temía la embestida por
parte de alguna de aquellas fieras sobre su menudo y flaco cuerpo, pero no
sabía exactamente si los aullidos procedían de animales o provenían de un
aquelarre donde se estaban matando animales para coger la sangre de sus sacrificios.
Todo era producto de su imaginación. Jack estaba confuso: ¿Habría pellejos
colgados de las lámparas?, ¿Habrían embrujado a algún mártir o beato como
castigo?, ¿qué pasaba en el bosque?... Jack no lo sabía.
De repente, ¡zas! Un ruido hizo que
enmudecieran los sonidos de tan frondoso bosque. Jack quedó aún más petrificado
–si cabía-de lo que ya estaba. Aquél estruendo lo dejó inmóvil. ¿Qué ocurría
ahora? –se preguntó-. ¿Un seísmo? ¿Qué estaba sucediendo en aquella vetusta “jungla”
donde había sido feliz de niño escuchando a los mayores contar todo tipo
de leyendas fantásticas y
extraordinarias sobre aquel lugar? Se sobresaltó y comenzó a
zigzaguear con los pies de forma convulsa. Pasos torpes que iban provocando la pérdida de
equilibrio de su cuerpo.
Y al final, cayó al suelo. Su boca fue a dar
a un antiguo retrete lleno de excrementos. Aquello estaba lleno de roña, todo
cubierto de mugre y bazofia.
— ¡Mierda! —exclamó—. ¿Cómo es posible estar en este lugar y
encontrar un váter? —murmuró—. ¿En el bosque? ¿En mi bosque? ¿Un váter? ¡Qué
cosas!
Se levantó rápidamente, se limpió –con asco-
el rostro y continuó impávido e impasible por la senda que lo iba a conducir a
desvelar tan oscuro secreto. Los rugidos, poco a poco, cedieron. Ya no los
escuchaba con claridad. No sabía hacia dónde dirigirse. Estaba perdido.
Estaba cansado y aturdido. Sintió una sed
descomunal y recordó que por los alrededores había un pequeño manantial donde
de niño bebían. ¿Dónde estaría? No lo recordaba. La sed se volvía, por
segundos, más intensa. No podía más. No aguantaré demasiado sin agua -pensó-.
En ese momento, sonó un pi-pi-pi-pi. Era la malévola cantinela del despertador;
el reloj que se hallaba en un pequeño sillón a los pies de la cama. El mismo
que sonaba cada día. Aquel que su madre quitaba de la mesita de noche para
obligarle a levantarse de la cama, evitando así que se volviese a enroscar y a
dormirse de nuevo. Había llegado la hora. Jack tenía que abandonar la cama y
comenzar. Habría reventado, como cada día, contra la pared, al maldito cacharro
oxidado por el tiempo. Pero tampoco lo hizo hoy.
Era la hora del instituto: se levantó inquieto y sobrevino el día; así comenzó su jornada y sus deberes.
Lo que sucedió aquel día en el bosque Jack no
lo supo nunca. ¿Fueron fieras? ¿Fue un aquelarre? ¿Era algún exorcismo? No lo
supo él y no lo sabréis vosotros. Fue un sueño, nació de su imaginación y, a
partir de este momento, de la vuestra.
Sara Adame Montaner. 3º ESO.